Dos son las coordenadas que fijan la poética de Antonio Colinas. La primera es la de su diálogo continuo del origen con el sentido de universalidad. La segunda sería la de su voz personal, a la que ha sido fiel a lo largo de cincuenta años y en la que mucho pesan la emoción, la intensidad, la pureza formal, el sentido órfico de la misma, a la vez que un afán de fundir el sentir con el pensar. Manteniéndose dichas constantes,
En los prados sembrados de ojos hay voces, mensajes nuevos, que responden a otros afanes de Antonio Colinas como es el de su fidelidad a los símbolos —muy destacado el de la mujer aquí— y el de continuar yendo más allá en la indagación de los temas.
Este volumen se estructura en seis partes, las cuales, a su vez, podrían ser la expresión de seis voces, de ese afán de profundizar hasta llegar a los tres poemas finales en los que la música, la figura de Cervantes y el pensamiento existencial enriquecen especialmente el texto. De tal manera que, en este libro de madurez plena, Colinas lleva hasta su último extremo cuanto había deseado para el poema: que «en él se sintiese y se pensase en igual medida y radicalmente», alcanzando así una reflexión humanista en los límites del conocimiento trascendente y del sentido de infinitud.